domingo, 12 de julio de 2015

Historia de las palomas mensajeras



2. Los correos pedestres y ecuestres
 
La elección de personas capacitadas para transportar noticias importantes fue un recurso muy utilizado durante la Antigüedad. Se lo empleó tanto en las cortas como en las largas distancias. Como es de suponer, estas encomiendas se complicaban muchísimo a causa de la fatiga fisiológica cuando las noticias se debían llevar a distancias considerables. Por los años aquellos en que transcurrió la vida del gran filósofo chino Kun-Fu-Tzu (Maestro Kung), nacido en 551 y muerto en 479 a. C., ya se utilizaban los correos  pedestres y también los mensajeros a caballo. Señala Confucio (como lo llamaban los occidentales): “Si el príncipe es bondadoso, su virtud se difunde con la rapidez de un río; va más veloz que el heraldo o el jinete que lleva los mensajes y edictos al emperador.”  No sabemos si fue él mismo el que empleó la palabra heraldo en la cita que se le tribuye, porque si bien se dedicó a aconsejar a los gobernantes acerca de la organización de la sociedad y creó una escuela dedicada a la revisión de los textos clásicos y a la enseñanza de asuntos literarios, políticos y morales, la verdad es que no dejó nada escrito. Así que la presencia de esta voz en aquel párrafo bien podría deberse a un error de interpretación introducido por alguno de sus traductores. Así que deberíamos leer aquí “… más veloz que el mensajero pedestre o el jinete que lleva los mensajes y edictos del emperador.” No nos parece que pudiera referirse al tipo de heraldo que floreció en el Medioevo europeo, que era la persona encargada de transmitir fielmente el pensamiento del emperador a quienes debían conocerlo con la necesaria exactitud, anunciar públicamente los edictos de las autoridades gubernamentales, organizar ceremonias y torneos y llevar el registro de la nobleza. El uso habitual de estas dos clases de mensajeros revela que las palomas no eran utilizadas por entonces como correos alados en China. Los historiadores griegos nos han dejado un extraordinario testimonio del uso de la mensajería pedestre en la Hélade y que indica, además, que durante la época a la que hacen referencia aún no se había implementado el sistema de postas de revelo y menos aún el servicio de palomas mensajeras. Se trata del extraordinario esfuerzo que realizó Feidíppides, el correo militar que recorrió a la carrera el extenso trayecto (40 kilómetros) existente entre Maratón y Atenas, para comunicar a las autoridades residentes en esta última la victoria que los atenienses habían alcanzado contra los persas de Darío I en el 490 antes de Cristo. Recordemos cómo sucedieron las cosas: Darío, resuelto a castigar a Atenas y a Esparta, envió en 492 a. C. a su yerno Mardonio a Grecia, pero la flota que capitaneaba naufragó junto al Monte Atos a causa de una tormenta y tuvieron que regresar a su patria. En el 490 armaron una nueva expedición, capitaneada ahora por el medo Datis y el persa Artafernes. Cruzando los estrechos, llegaron hasta la bahía de Maratón. Allí fueron derrotados por las fuerzas atenienses comandadas por Calímaco y Milcíades, con la ayuda de los aliados plateos. Se asegura que los atenienses perdieron 192 hombres y los persas 6.400, pero la abultada diferencia hace dudar de la fidelidad del cómputo. Como la apurada carrera de Feidíppides demandó un esfuerzo fuera de lo común, y expiró luego de anunciar la victoria, en su honor, en los Juegos Olímpicos de Atenas  de 1896, se instituyó la primera carrera de fondo que conocemos con el nombre de Maratón, la que actualmente cubre un recorrido de 42,195 km. Cabe aclarar, empero, que las cosas no ocurrieron tal como tradicionalmente se las presenta. Cuando las huestes persas se acercaban a Atenas, sus gobernantes se reunieron en la Acrópolis y después de sopesar la situación, enviaron a buscar a Feidíppides, un corredor pedestre que había ganado recientemente la corona de mirtos en los juegos Olímpicos, y le ordenaron que partiese al momento hacia Esparta, a recabar el auxilio de los lacedemonios. Cruzando a nado los cursos de agua y atravesando fatigosamente las eminencias que encontraba a su paso, le llevó dos días cubrir los 215,263 Km que separaban a los dos estados griegos, y tuvo que regresar con la desalentadora noticia de que, como los belicosos lacedemonios eran en demasía supersticiosos, no se pondrían en marcha hacia Atenas sino hasta el plenilunio. Como a la sazón los persas ya habían desembarcado, los atenienses se dispusieron a hacerles frente sin más dilaciones y Feidíppides –dicen los historiadores de la época --, desenvainando su espada y embrazando su pesado escudo, emprendió la marcha junto a los diez mil hombres escogidos para ir al encuentro del enemigo, el que contaba con centenares de miles de medos y persas. Después de la batalla, le tocó anunciar la buena nueva a sus compatricios, y se comenta que sus últimas palabras, luego de correr a toda carrera los 45,357 Km reales que separaban a Maratón de Atenas, fueron: ¡Victoria! ¡El triunfo es nuestro! Se cree hoy que la noticia de la victoria ateniense fue llevada a Atenas por otro corredor profesional. Feidíppides habría sido entonces el que marchó hacia Esparta en busca de ayuda, pero el anuncio de la victoria le correspondió comunicarlo a ese otro corredor. Esta versión señala que al resultar vencidos los persas, enfilaron sus naves hacia Atenas, aprovechando que ella se hallaba a la sazón desprotegida. De manera que si llegaban antes que sus habitantes conocieran que los enemigos habían sido derrotados, probablemente entrarían en pánico y se rendirían. Milcíades mandó llamar entonces a su hombre más veloz, que según Plutarco (que fue el que narró esta proeza 500 años después de ocurrida) se llamaba Tersipo y le encomendó llevar hasta la ciudad la feliz noticia. Tersipo necesitó unas dos horas para cubrir el citado trayecto. A su llegada, anunció: --"Hemos ganado" y cayó muerto. Heródoto, historiador cuya versión resulta más creíble ya que vivió durante el tiempo en que tuvieron lugar esas acciones, memora el ajetreado viaje de Feidíppides a Esparta, pero no comenta absolutamente nada acerca de este segundo corredor, por lo que se duda que la narración de Plutarco pueda expresar la realidad de lo ocurrido. En cuanto al medio utilizado por los países situados en Oriente Medio, éste era por entonces preferentemente el de los mensajeros ecuestres. También era el utilizado en aquella época por los persas, quienes habían construido un largo camino real que unía Éfeso, antigua ciudad del Asia Menor, a orillas del mar Egeo, con Susa, antigua ciudad del país de Elam, en el actual Irán, que era la residencia de los reyes aqueménidas. Esta inmensa carretera fue  construida por el rey persa Darío I en el siglo V a.C. para facilitar una comunicación rápida a través de su extenso imperio. Los mensajeros podrían viajar sus 2.699 Km en siete días. Heródoto escribió a este respecto: “No existe nada en el mundo que viaje más rápido que estos mensajeros persas.", señalando además que "Ni la lluvia, ni la nieve, ni el calor, ni la oscuridad de la noche, les impedirá cumplir con la obligación que se les ha encomendado a la mayor velocidad posible". Como existen comentarios relativos al empleo de palomas (y también de golondrinas) en la patria de Heródoto por parte de algunos espectadores con el objeto de comunicar a sus familiares los resultados de los juegos olímpicos, diremos que revisando esas acotaciones encontramos que algunos autores presentan este probable hecho como si tuviese un uso extendido; otros, en cambio, la refieren sólo a dos casos muy puntuales, uno de ellos acontecido en una fecha bien determinada: el año en que tuvo lugar la Olimpíada número 84º. La narración más circunstanciada que hemos podido encontrar a dicho respecto expresa que el atleta Temóstenes comunicó a sus familiares su triunfo utilizando una paloma. Para otros autores, el que obró de esta manera fue el griego Tauróestenes, oriundo de Egina, ciudad que había sido llamada de esta manera en homenaje a la ninfa mitológica Eegina. ¿Se trataría de la misma persona, denominada por los historiadores de una manera ligeramente diferente? Esta es una cuestión que deberían aclarar los helenistas. Como nosotros no lo somos, vamos a imaginar que se trataba de dos casos diferentes, uno con fecha cierta y el otro no. Para que podamos tener una buena idea acerca de cuándo pudo suceder el primero de ellos, debemos tener presente que se llamaba olimpiada u olimpíada al período de cuatro años comprendido entre dos celebraciones consecutivas de los juegos Olímpicos y que el uso de una paloma mensajera por parte de Temóstenes pareciera haber acontecido en la 84ª ocasión, o sea entre el 444-440 a.C.  La apertura de los juegos era anunciada a los griegos por medio de mensajeros desde el mar Negro hasta España, proclamándose una tregua sagrada. No se permitía competir a mujeres, esclavos, extranjeros y malhechores. Las mujeres casadas no podían acceder al estadio. Los juegos incluían los combates (lucha o pugilato), el pancracio (mezcla de lucha y boxeo) el lanzamiento del disco, el Pentatlón (jabalina, disco, salto en longitud, lucha y carrera) y la carrera de caballos. Había también carreras de mulas y de carros. Pero ni los solípedos, ni los jinetes ni los cocheros podían hacerse merecedores a las coronas de las victorias, ellas estaban reservadas a los propietarios de los caballos y de los carros. (Estableciendo un paralelo con las carreras de palomas de la actualidad, podríamos presumir que muy probablemente para el 2515 los historiadores de nuestro hoy claudicante deporte puedan comentar algo muy parecido acerca de las  mismas, ya que solo tienen importancia para nosotros los propietarios de los palomares exitosos.) Pero había una excepción: Los juegos olímpicos concluían con una carrera pedestre, en la que intervenían atletas provistos de armas, cascos, escudo y polainas. Luego de cada prueba, los nombres de los vencedores eran anunciados por los heraldos, con la indicación de quiénes eran sus padres y cuál era la patria de origen de los mismos. Pero los jueces les entregaban una rama de palmera (cualquier similitud con los anuncios de las vencedoras y los premios colombófilos actuales, debe ser tomada o no como una simple coincidencia). La cuestión es que en los inicios de estos célebres juegos las recompensas consistían en  objetos preciosos, pero después las preseas fueron mucho más modestas: sólo se les entregaba una corona de olivo, árbol que se consideraba plantado por Heracles, el héroe mitológico griego que representaba la fuerza y cuyo sosías latino vino a ser Hércules. Las Olimpíadas, ya decadentes, cesaron a causa de haberse introducido en ellas la maldita corrupción. Durante la 112° se condenó al ateniense Calipso, un personaje nefasto sobre el que pesaba la acusación de haber falseado los resultados de una contienda mediante el soborno de sus adversarios. A partir de ese escándalo, los juegos degeneraron rápidamente, y como cada ciudad quería tener sus propios campeones, los atletas pasaron a ser verdaderos profesionales. Se los entrenaba a partir de los 12 años de edad. La degeneración de los juegos olímpicos se profundizó con la invasión de los romanos, cuyos emperadores dispusieron que sus caballos también participaran en las carreras griegas. Como los helenos corrían contra los caballos de los comisarios, la corrupción alcanzó entonces los niveles más altos. Nerón, por ejemplo, que reinó entre 54 y 68, llegó hasta comprar a los jueces para que dieran por vencedores a sus carros En el 394 de nuestra era, el emperador cristiano Flavio Teodosio, llamado el Grande, nacido en la actual Segovia hacia el 347 y muerto en Milán en 395  (fue emperador romano entre 379 y 395) decretó la abolición de estos juegos. El instinto predador de los hombres y la furia de naturaleza acabarían después de eso con la posibilidad fáctica de reinstalarlos. En efecto: en el 426, Olimpia fue incendiada y entre los años 526 y 551 varios terremotos y maremotos acabaron por devastarla. Los certámenes sólo se reiniciarían en 1896, 502 años después de la decisión de Teodosio I, y no se continuarían en el mismo lugar, es decir, en la llanura de la Élade, a orillas del río Alfeo, en el Peloponeso, sino en la misma ciudad de Atenas. (Continuará)


1. Las palomas mensajeras en la historia de las comunicaciones. Los orígenes de las distintas formas de acción empleadas por los seres humanos prehistóricos para lograr entenderse a través de las largas distancias, han quedado sepultadas en las profundidades abisales de los tiempos. Todo cuanto podamos decir acerca de esa etapa de la civilización humana, no pasará de ser sino un rimero de conjeturas más o menos plausibles. Pero si buceamos en la Historia Antigua, encontraremos allí el origen de muchos de los medios que hoy utilizamos. En las medianas y largas distancias, los sonidos y los gestos tienen que haber sido los medios de comunicación preferidos por nuestros antepasados remotos. La comunicación entre personas situadas a distancias tales que excedían las posibilidades propias de la visión y también el alcance normal del oído, determinó seguramente que se debiera recurrir a los ademanes ostentosos y a  los gritos estentóreos y, más allá del alcance de éstos, a señales de distintos tipos, como el movimiento de los brazos, que los destinatarios sabían interpretar debidamente. A su debido tiempo, aparecieron formas mucho más avanzadas de intercomunicación y así, paso a paso, llegamos hoy a disponer de medios increíblemente tecnificados. ¿En qué punto del perfeccionamiento incontenible de los medios de comunicación apareció el servicio de mensajería a cargo de palomas? Vamos a tratar de establecerlo sirviéndonos de las referencias que tenemos del empleo de los diferentes medios en la Historia de las telecomunicaciones. Las comunicaciones boca a boca. La forma más efectiva y rápida de transmitir tanto de las buenas nuevas como de los infortunios, fue la llamada de esa manera. Jenofonte de Atenas (c. 430-354 a.C.) refiriéndose a la batalla de Egospótamos (405 a.C.), en la que la flota de los atenienses fue derrotada en los Dardanelos por la de los Peloponenses, nos legó a este respecto la siguiente información: “En Atenas, el desastre fue anunciado por la llegada del Paralus (este velero y el Salamina, los navíos más rápidos de la armada ateniense, eran utilizados para llevar mensajes), y un lamento se extendió por el Pireo, a través de los largos muros hasta la ciudad, donde las noticias pasaron de boca en boca. Esa noche nadie durmió.” Las comunicaciones denominadas de esta gráfica manera, fueron utilizadas en algunos países hasta épocas relativamente no tan alejadas de la nuestra. En Francia, por ejemplo, estuvieron tan bien organizadas que permitieron hacer conocer rápidamente, en distintos lugares del país, la toma y destrucción de Orleáns por parte de César, hecho ocurrido en el año 55 a. C. Recurriendo al mismo procedimiento, se tuvo prontamente noticias de la masacre experimentada por el ejército de Publio Quintilio Varo, gobernador de la provincia de Germania Magna, que entonces se extendía hasta el Elba. La batalla tuvo lugar en zona montañosa, cerca de la ciudad alemana de Osnabrück, en la Baja Sajonia, en el otoño del año 9 d. C. Chocaron allí los romanos con una alianza de pueblos germanos encabezada por Arminio. Éste, mediante engaños, llevó a los romanos al bosque de Teutoburgo, una zona ideal para emboscarlos, en el que estaban esperándolos sus hombres. Varo, que dirigía tres legiones romanas (las XVII, XVIII y XIX), seis cohortes auxiliares y tres alas de caballería, cayó en el engaño y sufrió una catastrófica derrota, que epilogó con su suicidio. La noticia fue conocida en Auvergne, situada a 200 kilómetros de allí, en algo más de una docena de horas de haber acontecido. Las señales sonoras. Buscando superar las limitaciones propias de este primitivo sistema de comunicación, algunos pueblos descubrieron que podían comunicarse mejor a mayores distancias si utilizaban instrumentos de viento como, por ejemplo, una caracola o un cuerno, previamente acondicionados para emitir sonidos, o si golpeaban rítmicamente sobre una caja de resonancia, al estilo de las tribus Tang de Camerún (África) o de los salvajes de Nueva Guinea. En este caso, con ayuda del fuego, ahuecaban troncos de árboles hasta volverlos aptos para emitir sonidos graves y agudos, y transmitían a través de ellos mensajes perfectamente circunstanciados sobre acontecimientos de muy variada índole. Los antiguos chinos se servían de un plato metálico especialmente fabricado para transmitir información audible, golpeándolo con un martillo. Las señales de fuego o humo. Este tipo de comunicación, retransmitida muchas veces en cadena, fue empleado en la antigüedad muy frecuentemente y durante largo tiempo; de hecho, se siguió empleando en determinados países hasta el siglo XVII. En los tiempos bíblicos, las tribus de Israel utilizaron también el fuego para efectuar comunicaciones a grandes distancias, ya sea en forma de fogatas o de humaredas. Los antiguos griegos se sirvieron asimismo de este tipo de señales, montando a tales efectos pequeñas torres en la cima de colinas y montañas, formando de esta manera una red de comunicaciones sumamente veloz. Se dice que de esta manera comunicó Agamenón, rey de Micenas, a Menelao, rey de Esparta, la toma de Troya o Ilión, antigua ciudad de Asia Menor que estaba emplazada sobre la colina rocosa de Hissarlik, en el valle de Escamandro, situado Anatolia, Turquía. (Como veremos mucho más adelante, una pequeña paloma procedente de la península de Anatolia fue utilizada como mensajera en Europa y también para crear la paloma de carrera belga.) Fue este método, denominado “Enlace de Agamenón”, el que permitió -según nos cuenta el dramaturgo griego Esquilo (525 a. C. a 456 a.C.) -, que el  mensaje de la captura, saqueo e incendio de dicha ciudad (siglo XII a.C.) llegase a Argos (una de las ciudades más antiguas de Grecia situada al noreste del Peloponeso y cuna de muchos personajes y héroes que participaron en la Guerra de Troya) al cabo de unas pocas horas, cubriendo los 400 km lineales que mediaban entre ellas, en un tiempo extraordinariamente breve para la época. Probablemente la noticia se transmitió a través de una cadena de hogueras desde Troya a Bozca (23 km), desde allí a Lesbos (64 Km); de Lesbos a Skíros (124 Km), el tramo más difícil de todos debido a la presencia del mar; de Skíros a Pírgos (51 Km), desde allí al Monte Galatsadhes (70 Km), de éste a Písia (50 Km) y desde este último punto a Argos (47 Km.). Por su parte, Herodoto, en su relato de la batalla de las Termópilas (480 a.C.), hace mención al uso de la luz por parte de los griegos en sus comunicaciones militares. (En este desfiladero murieron heroicamente el rey espartano Leónidas I y 1.400 de sus hombres en manos de las fuerzas de Jerjes I, cuando un tesalio desertor, Esfialtes, los traicionó, guiando a los enemigos a través de un paso oculto que había por encima de la montaña, permitiendo que los persas los atacaran por la retaguardia.) Durante el transcurso del siglo V, los griegos Cleoxenos y Democlitos inventaron una telegrafía por antorchas muy bien elaborada pero cuyos resultados prácticos, como podrá verse seguidamente, eran en grado sumo engorrosos. Cada estación contaba con un cuadro que contenía el alfabeto griego, ordenado en cinco cuadrados de ancho por otros tantos de alto y que se leía de izquierda a derecha. Al frente de la estación se alzaba un parapeto donde se encendían antorchas que, conforme a su número y disposición, indicaban cuál era la letra de la cuadrícula que iban representando sucesivamente. Según el historiador griego Polibio (h.200-h.125 a. C.), fue Cleomenes, rey de Esparta, quien combinó sagazmente los signos luminosos para que conformaran un código comunicacional. Se dispone de un bajorrelieve, procedente de una colonia trajana, que muestra una torre romana efectuando señales ígneas. Con anterioridad al advenimiento de la era cristiana y desde diversos puntos de las Grandes murallas, los chinos emplearon un sistema lumínico para comunicar los movimientos de las hordas tártaras. Las luces de que se valían, que los historiadores señalan que eran muy brillantes, contaban con una ingeniosa protección que impedía que pudiesen ser apagadas por la lluvia o el viento. No sabemos, empero, cuándo se empezaron a utilizar allí estas señales ni cuándo dejaron de usarse, pero sí que el territorio chino sufrió un serio intento de invasión por parte de los tártaros en el año 383, y que fueron rechazados por el ejército Tsin.  (La Gran Muralla fue construida y reconstruida durante las sucesivas dinastías imperiales, entre los siglos V a. C. y el  XVI d.C., para proteger la frontera norte de los ataques de los nómadas xiongnu de Mongolia y Manchuria.) Los destellos intermitentes, generados con elementos reflectantes, fueron empleados en distintas épocas en las telecomunicaciones humanas. Se sabe, por ejemplo, que en tiempos del cartaginés Aníbal (h. 247-83 a. C.), el ejército bajo su mando contaba con un cuerpo de señaleros que utilizaba este sistema semafórico. Cuando nos toque hablar acerca de las palomas mensajeras europeas, veremos que la irrupción del ejército de este general en Italia fue comunicada a los romanos a través de unas palomas desde Mutina (antiguo nombre de Módena). A propósito de las estaciones retransmisoras de señales ígneas, los historiadores recogieron la sorprendente información de que los cartagineses lograron comunicar Tunicia (África) con Sicilia sirviéndose de este medio. Instalaron a dichos efectos una estación retransmisora en la pequeña ínsula de Pantellaria (156,77 Km. aéreos), desde donde se podían comunicar con, probablemente, Agrigento (155 Km). Siguiendo este ejemplo, los romanos adoptaron el uso de estaciones retransmisoras y lo extendieron a lo largo de todo su imperio. Así fue que contaron con un admirable anillado comunicacional, en extremo extenso, que partiendo de Roma seguía por Italia, la Galia y España; cruzaba por Gibraltar, recorría la costa africana hasta Egipto, se dirigía desde allí hasta la región del Tigris y el Eúfrates y regresaba a Roma por el valle del Danubio. De estas torres de comunicaciones romanas, existen en Francia numerosas ruinas (en Cinq-Mars, Uzès, Bellegarde, Nimes, etc.) Algunos escritores colombófilos confundieron infundadamente esta red con una servida por palomas. En lo que respecta al trámite de las comunicaciones en las guerras Médicas (499 a 449 a.C.), Heródoto ha dejado el testimonio de que, mediando determinadas circunstancias, las señales luminosas aún se seguían empleando en la época en que ellas tuvieron lugar. Narrando el desplazamiento a marchas forzadas del ejército persa comandado por Mardonio, ávido de tomar por segunda vez a Atenas, cuenta que, cuando llegó a Beocia, los tebanos trataron de retenerlo, proponiéndole que sentara allí sus reales y procurara someter a Grecia toda sin librar batalla alguna. El plan de los tebanos consistía en sobornar con dinero a los ciudadanos más influyentes, procedimiento que era muy frecuente por aquellos tiempos, especialmente entre los espartanos, sembrando así la discordia, para luego, con la ayuda de sus partidarios, reducir sin mayores problemas a sus enemigos. Mardonio no les prestó oídos, dice Heródoto, “... porque en su corazón había anidado un irresistible deseo de tomar por segunda vez Atenas, motivado en parte, por una estúpida arrogancia y, en parte, porque mediante señales transmitidas, de isla en isla, con hogueras, tenía pensado comunicarle al monarca, a la sazón en Sardes, que se había apoderado de Atenas.” La necesidad de tener que utilizar este antiquísimo medio de comunicación a distancia, estaba plenamente justificada en aquellas especiales circunstancias debido a que los persas no controlaban las islas del Egeo que quedaban al oeste de Delos, así que Mardonio no tenía más remedio que intentar la eventual transmisión de esa importante noticia a través de una ruta continental, que, pasando por Citerón, Eubea, Pelión, y Atos, llegara hasta Lemnos. Conforme vimos, Esquilo (525-546 a. C.), el dramaturgo griego iniciador del género dramático, que combatió en Maratón y Salamina, hace también referencia al uso de hogueras en ocasión de ser comunicada la toma de Troya. El uso de ellas como medio de comunicación, habría de perdurar hasta cuando menos el siglo XVI de nuestra era. Por ese medio precisamente se dio aviso a Londres, desde Plymouth, en 1588, de la inquietante presencia de la Armada Invencible española frente a sus costas. El mensaje recorrió los 308,46 kilómetros aéreos (382,12 por carretera) que hay entre dicha ciudad (situada en el condado de Devon, en Cornualles, a orillas del canal de la Mancha), y Londres, la capital del Reino Unido (situada al sudeste de Inglaterra junto al estuario del Támesis), en tan solo veinte minutos. Las hogueras estaban separadas unas de otras por unos doce kilómetros y fueron emplazas en colinas y torres de iglesias. (En la próxima nota me referiré a los correos pedestres.