2. Los correos pedestres y ecuestres
La elección de personas capacitadas para
transportar noticias importantes fue un recurso muy utilizado durante la Antigüedad.
Se lo empleó tanto en las cortas como en las largas distancias. Como es de
suponer, estas encomiendas se complicaban muchísimo a causa de la fatiga
fisiológica cuando las noticias se debían llevar a distancias considerables.
Por los años aquellos en que transcurrió la vida del gran filósofo chino
Kun-Fu-Tzu (Maestro Kung), nacido en 551 y muerto en 479 a. C., ya se utilizaban
los correos pedestres y también los mensajeros a caballo. Señala Confucio
(como lo llamaban los occidentales): “Si el príncipe es bondadoso, su virtud
se difunde con la rapidez de un río; va más veloz que el heraldo o el jinete
que lleva los mensajes y edictos al emperador.” No sabemos si fue él
mismo el que empleó la palabra heraldo en la cita que se le tribuye,
porque si bien se dedicó a aconsejar a los gobernantes acerca de la
organización de la sociedad y creó una escuela dedicada a la revisión de los
textos clásicos y a la enseñanza de asuntos literarios, políticos y morales, la
verdad es que no dejó nada escrito. Así que la presencia de esta voz en aquel
párrafo bien podría deberse a un error de interpretación introducido por alguno
de sus traductores. Así que deberíamos leer aquí “… más veloz que el
mensajero pedestre o el jinete que lleva los mensajes y edictos del emperador.”
No nos parece que pudiera referirse al tipo de heraldo que floreció en el
Medioevo europeo, que era la persona encargada de transmitir fielmente el
pensamiento del emperador a quienes debían conocerlo con la necesaria
exactitud, anunciar públicamente los edictos de las autoridades
gubernamentales, organizar ceremonias y torneos y llevar el registro de la
nobleza. El uso habitual de estas dos clases de mensajeros revela que las
palomas no eran utilizadas por entonces como correos alados en China. Los
historiadores griegos nos han dejado un extraordinario testimonio del uso de la
mensajería pedestre en la Hélade y que indica, además, que durante la época a
la que hacen referencia aún no se había implementado el sistema de postas de
revelo y menos aún el servicio de palomas mensajeras. Se trata del
extraordinario esfuerzo que realizó Feidíppides, el correo militar que recorrió
a la carrera el extenso trayecto (40 kilómetros) existente entre Maratón y
Atenas, para comunicar a las autoridades residentes en esta última la victoria
que los atenienses habían alcanzado contra los persas de Darío I en el 490
antes de Cristo. Recordemos cómo sucedieron las cosas: Darío, resuelto a
castigar a Atenas y a Esparta, envió en 492 a. C. a su yerno Mardonio a Grecia,
pero la flota que capitaneaba naufragó junto al Monte Atos a causa de una
tormenta y tuvieron que regresar a su patria. En el 490 armaron una nueva
expedición, capitaneada ahora por el medo Datis y el persa Artafernes. Cruzando
los estrechos, llegaron hasta la bahía de Maratón. Allí fueron derrotados por
las fuerzas atenienses comandadas por Calímaco y Milcíades, con la ayuda de los
aliados plateos. Se asegura que los atenienses perdieron 192 hombres y los
persas 6.400, pero la abultada diferencia hace dudar de la fidelidad del
cómputo. Como la apurada carrera de Feidíppides demandó un esfuerzo fuera de lo
común, y expiró luego de anunciar la victoria, en su honor, en los Juegos
Olímpicos de Atenas de 1896, se instituyó la primera carrera de fondo que
conocemos con el nombre de Maratón, la que actualmente cubre un recorrido de
42,195 km. Cabe aclarar, empero, que las cosas no ocurrieron tal como
tradicionalmente se las presenta. Cuando las huestes persas se acercaban a
Atenas, sus gobernantes se reunieron en la Acrópolis y después de sopesar la
situación, enviaron a buscar a Feidíppides, un corredor pedestre que había
ganado recientemente la corona de mirtos en los juegos Olímpicos, y le
ordenaron que partiese al momento hacia Esparta, a recabar el auxilio de los
lacedemonios. Cruzando a nado los cursos de agua y atravesando fatigosamente
las eminencias que encontraba a su paso, le llevó dos días cubrir los 215,263
Km que separaban a los dos estados griegos, y tuvo que regresar con la
desalentadora noticia de que, como los belicosos lacedemonios eran en demasía
supersticiosos, no se pondrían en marcha hacia Atenas sino hasta el plenilunio.
Como a la sazón los persas ya habían desembarcado, los atenienses se
dispusieron a hacerles frente sin más dilaciones y Feidíppides –dicen los
historiadores de la época --, desenvainando su espada y embrazando su pesado
escudo, emprendió la marcha junto a los diez mil hombres escogidos para ir al
encuentro del enemigo, el que contaba con centenares de miles de medos y
persas. Después de la batalla, le tocó anunciar la buena nueva a sus
compatricios, y se comenta que sus últimas palabras, luego de correr a toda
carrera los 45,357 Km reales que separaban a Maratón de Atenas, fueron:
¡Victoria! ¡El triunfo es nuestro! Se cree hoy que la noticia de la victoria
ateniense fue llevada a Atenas por otro corredor profesional. Feidíppides
habría sido entonces el que marchó hacia Esparta en busca de ayuda, pero el
anuncio de la victoria le correspondió comunicarlo a ese otro corredor. Esta
versión señala que al resultar vencidos los persas, enfilaron sus naves hacia
Atenas, aprovechando que ella se hallaba a la sazón desprotegida. De manera que
si llegaban antes que sus habitantes conocieran que los enemigos habían sido
derrotados, probablemente entrarían en pánico y se rendirían. Milcíades mandó
llamar entonces a su hombre más veloz, que según Plutarco (que fue el que narró
esta proeza 500 años después de ocurrida) se llamaba Tersipo y le encomendó
llevar hasta la ciudad la feliz noticia. Tersipo necesitó unas dos horas para
cubrir el citado trayecto. A su llegada, anunció: --"Hemos ganado" y
cayó muerto. Heródoto, historiador cuya versión resulta más creíble ya que
vivió durante el tiempo en que tuvieron lugar esas acciones, memora el
ajetreado viaje de Feidíppides a Esparta, pero no comenta absolutamente nada
acerca de este segundo corredor, por lo que se duda que la narración de
Plutarco pueda expresar la realidad de lo ocurrido. En cuanto al medio
utilizado por los países situados en Oriente Medio, éste era por entonces
preferentemente el de los mensajeros ecuestres. También era el utilizado en
aquella época por los persas, quienes habían construido un largo camino real
que unía Éfeso, antigua ciudad del Asia Menor, a orillas del mar Egeo, con
Susa, antigua ciudad del país de Elam, en el actual Irán, que era la residencia
de los reyes aqueménidas. Esta inmensa carretera fue construida por el
rey persa Darío I en el siglo V a.C. para facilitar una comunicación rápida a
través de su extenso imperio. Los mensajeros podrían viajar sus 2.699 Km en
siete días. Heródoto escribió a este respecto: “No existe nada en el mundo
que viaje más rápido que estos mensajeros persas.", señalando además
que "Ni la lluvia, ni la nieve, ni el calor, ni la oscuridad de la
noche, les impedirá cumplir con la obligación que se les ha encomendado a la
mayor velocidad posible". Como existen comentarios relativos al empleo
de palomas (y también de golondrinas) en la patria de Heródoto por parte de
algunos espectadores con el objeto de comunicar a sus familiares los resultados
de los juegos olímpicos, diremos que revisando esas acotaciones encontramos que
algunos autores presentan este probable hecho como si tuviese un uso extendido;
otros, en cambio, la refieren sólo a dos casos muy puntuales, uno de ellos
acontecido en una fecha bien determinada: el año en que tuvo lugar la Olimpíada
número 84º. La narración más circunstanciada que hemos podido encontrar a dicho
respecto expresa que el atleta Temóstenes comunicó a sus familiares su triunfo
utilizando una paloma. Para otros autores, el que obró de esta manera fue el
griego Tauróestenes, oriundo de Egina, ciudad que había sido llamada de esta
manera en homenaje a la ninfa mitológica Eegina. ¿Se trataría de la
misma persona, denominada por los historiadores de una manera ligeramente
diferente? Esta es una cuestión que deberían aclarar los helenistas. Como
nosotros no lo somos, vamos a imaginar que se trataba de dos casos diferentes,
uno con fecha cierta y el otro no. Para que podamos tener una buena idea acerca
de cuándo pudo suceder el primero de ellos, debemos tener presente que se
llamaba olimpiada u olimpíada al período de cuatro años comprendido entre dos
celebraciones consecutivas de los juegos Olímpicos y que el uso de una paloma
mensajera por parte de Temóstenes pareciera haber acontecido en la 84ª ocasión,
o sea entre el 444-440 a.C. La apertura de los juegos era anunciada a los
griegos por medio de mensajeros desde el mar Negro hasta España, proclamándose
una tregua sagrada. No se permitía competir a mujeres, esclavos, extranjeros y
malhechores. Las mujeres casadas no podían acceder al estadio. Los juegos
incluían los combates (lucha o pugilato), el pancracio (mezcla de lucha y
boxeo) el lanzamiento del disco, el Pentatlón (jabalina, disco, salto en
longitud, lucha y carrera) y la carrera de caballos. Había también carreras de
mulas y de carros. Pero ni los solípedos, ni los jinetes ni los cocheros podían
hacerse merecedores a las coronas de las victorias, ellas estaban reservadas a
los propietarios de los caballos y de los carros. (Estableciendo un paralelo
con las carreras de palomas de la actualidad, podríamos presumir que muy
probablemente para el 2515 los historiadores de nuestro hoy claudicante deporte
puedan comentar algo muy parecido acerca de las mismas, ya que solo
tienen importancia para nosotros los propietarios de los palomares exitosos.)
Pero había una excepción: Los juegos olímpicos concluían con una carrera
pedestre, en la que intervenían atletas provistos de armas, cascos, escudo y
polainas. Luego de cada prueba, los nombres de los vencedores eran anunciados
por los heraldos, con la indicación de quiénes eran sus padres y cuál era la
patria de origen de los mismos. Pero los jueces les entregaban una rama de
palmera (cualquier similitud con los anuncios de las vencedoras y los premios
colombófilos actuales, debe ser tomada o no como una simple coincidencia). La
cuestión es que en los inicios de estos célebres juegos las recompensas
consistían en objetos preciosos, pero después las preseas fueron mucho
más modestas: sólo se les entregaba una corona de olivo, árbol que se consideraba
plantado por Heracles, el héroe mitológico griego que representaba la fuerza y
cuyo sosías latino vino a ser Hércules. Las Olimpíadas, ya decadentes, cesaron
a causa de haberse introducido en ellas la maldita corrupción. Durante la 112°
se condenó al ateniense Calipso, un personaje nefasto sobre el que pesaba la
acusación de haber falseado los resultados de una contienda mediante el soborno
de sus adversarios. A partir de ese escándalo, los juegos degeneraron
rápidamente, y como cada ciudad quería tener sus propios campeones, los atletas
pasaron a ser verdaderos profesionales. Se los entrenaba a partir de los 12
años de edad. La degeneración de los juegos olímpicos se profundizó con la
invasión de los romanos, cuyos emperadores dispusieron que sus caballos también
participaran en las carreras griegas. Como los helenos corrían, como decimos los argentinos, contra los
caballos de los comisarios, la corrupción alcanzó entonces los niveles más
altos. Nerón, por ejemplo, que reinó entre 54 y 68, llegó hasta comprar a los
jueces para que dieran por vencedores a sus carros En el 394 de nuestra era, el
emperador cristiano Flavio Teodosio, llamado el Grande, nacido en la actual
Segovia hacia el 347 y muerto en Milán en 395 (fue emperador romano entre
379 y 395) decretó la abolición de estos juegos. El instinto predador de los
hombres y la furia de naturaleza acabarían después de eso con la posibilidad
fáctica de reinstalarlos. En efecto: en el 426, Olimpia fue incendiada y entre
los años 526 y 551 varios terremotos y maremotos acabaron por devastarla. Los
certámenes sólo se reiniciarían en 1896, 502 años después de la decisión de
Teodosio I, y no se continuarían en el mismo lugar, es decir, en la llanura de
la Élade, a orillas del río Alfeo, en el Peloponeso, sino en la misma ciudad de
Atenas.