5-2 Las palomas mensajeras en la
historia de las comunicaciones
Completando la información publicada en la fecha en
5-1 sobre las palomas mensajeras que no eran tales, apuntaremos ahora que “el
escritor latino Lepsius” se llamaba en realidad Carlos Ricardo Lepsius y había
nacido en Naumburgel, Gotinga (una ciudad alemana célebre por su universidad,
situada en el Land de Baja Sajonia, a orillas del río Leine), el 23 de
diciembre de 1818 y murió en Berlín, el 10 de julio de 1884. Estudió en
Leipzing, Gotinga, y también en la capital alemana. Se perfeccionó en París y
publicó numerosas obras sobre su especialidad, la egiptología, residiendo
durante algún tiempo en Italia. En 1842, contando con el apoyo del célebre
naturalista y geógrafo Alexander, barón de Humboldt (1769-1859) fue admitido
para participar en una expedición a Egipto, que duró cuatro años. Profesor de
la Universidad en Berlín en 1846, fue nombrado en 1855 director adjunto del
Museo Egipcio y diez años más tarde, director efectivo, enriqueciendo dicho
establecimiento con varias colecciones de su propiedad. En 1866 el profesor
Lepsius realizó un segundo viaje a la Tierra de los faraones y a él se debe el
descubrimiento, en las minas de Tarsis, de la célebre inscripción que se conoce
con el nombre de Canope. (Esta palabra, en plural, designa unos vasos,
encontrados en las antiguas sepulturas egipcias, destinados a contener las
vísceras de los difuntos. Cada momia poseía cuatro vasos, cada uno de los
cuales estaba bajo la tutela de uno de los hijos de Horus, dios con cabeza de
halcón y principal divinidad celeste que tutelaba al soberano y se identifica
con él. Estaban a menudo cubiertos por una tapa que representaba las
características: hombre, babuino, perro, halcón.) Es una verdadera pena que
Darwin no le haya preguntado (o si éste se lo dijo, que no haya añadido) cuándo
exactamente aparecía ese testimonio, o durante el reinado de qué faraón, porque
la susodicha dinastía abarcó 142 años, esto es, desde 2465 a 2323 a. C. Samuel
Birch, la otra persona consultada por Darwin con idéntico propósito, nació en
1813 y murió en 1885. Fue un anticuario y egiptólogo inglés. Se ocupó asimismo
de estudiar a los asirios. Escribió una gramática de los jeroglíficos egipcios
y compiló asimismo un importante diccionario. A él se debe también una
trascripción del Libro de los muertos, una historia sobre la alfarería,
y numerosos artículos filológicos. Nada dice
Castelló respecto a lo que indicaba Birch sobre las palomas que habían servido
de comida a uno de los faraones de la cuarta dinastía. Si hubiera tomado nota
de eso, tal vez hubiese podido advertir el error al que lo conduciría la
gratuita permutación de identidades en que incurrió, porque muy difícilmente
los faraones se comerían a las palomas mensajeras, teniendo a su disposición
manjares mucho más suculentos y deliciosos. Lo que los faraones sí hacían, era
alimentarse únicamente de palomas (no sabemos si domésticas o salvajes) bajo
determinadas circunstancias. En efecto: el informe de Birch podría estar
indicando la presencia de una enfermedad contagiosa durante el mandato del
faraón que fuere de la citada Cuarta dinastía, porque hoy sabemos que cuando se
presentaba una epidemia, éste no comía otra cosa más que carne de estas aves,
ya que se las consideraba incontaminadas. Tampoco indica Darwin a qué regencia
se estaba específicamente refiriendo Birch, pues la IV dinastía, que reinó
entre 2575 y 2465 a. C., tuvo seis faraones: Snefru (2575-2551), Kéops
(2551-2528), Didufri (2528-2520), Kefrén (2520-2494), Micerinos (2490-2472) y
Shepseskaf (2472-2467). Los más conocidos por quienes no somos egiptólogos son
Kéops, Kéfren y Micerinos. El primero, porque hizo construir la gran pirámide
del valle de Gizeh que lleva su nombre; el siguiente, su hijo, porque hizo
erigir la segunda de las tres que hay allí, además de la gran esfinge, y el
último, porque construyó la más pequeña de todas. Ni Birch ni Darwin pudieron
sospechar tampoco por lo visto, que en un momento dado de esos 110 años de
reinado dinástico, cuando aparecieron en la historia las palomas domésticas
egipcias (y posiblemente las que no eran de esa condición), muy probablemente
tuvo lugar en Egipto una mortal epidemia, trance en el que las palomas salvaron
con su muerte la vida del faraón de turno. Ni Darwin, ni Castelló ni ninguno de
los que fecharon la presencia de esas aves en el 3.000 antes de nuestra era,
calcularon que fue en realidad y cuando menos, unos quinientos años después. En
efecto: la 5ta dinastía comenzó como en el 2500 a. C. y finalizó
cerca del 2350 a. C. Pero
existe otro error de interpretación relacionado con la supuesta latinidad de
Lepsius, aunque derivada, conforme podrá verse seguidamente, de otro tiempo,
lugar y contexto. Siempre refiriéndose a las palomas domésticas en general,
dice Darwin (según el segundo de los traductores que hemos estado viendo):”El
indostánico Akber Khan, las apreciaba mucho allá por los años 1600, y
nunca contaba la corte menos de veinte mil: “Los monarcas de Irán y de
Turán (hace referencia a una llanura de límites indefinidos, ubicada en el centro
de Asia. Comprende el norte de Irán y parte del Turquestán, llegando hasta los
Urales y Siberia) regalaban a sus favoritos ejemplares muy raros y, su
Majestad -- continúa el escritor palatino que da estos datos -- cruzó
las razas por medios jamás practicados antes, mejorándolas asombrosamente.” Creemos
que esta es la traducción que Castelló u otro antes de él (si fue otro el que
cometió por primera vez la equivocación) tuvo ante sus ojos, porque como
enseguida veremos, hay otra versión, bastante distinta a ésta, y que si bien da
lugar a otra inexactitud garrafal, no hubiera generado la que seguramente
provino de este párrafo. El primer error consistió en confundir palatino
con latino. El escritor al que hace referencia Darwin era el que
ejercía su oficio en palacio, porque palatino significa
precisamente eso: relativo a palacio. En cambio, como vimos, latino
quiere decir perteneciente al Lacio, o a Roma, o a sus habitantes. La
otra traducción, que pertenece a José P. Marco, difiere bastante de la que acabamos
de transcribir y nos parece que ha sido la que dio lugar al segundo
yerro. Dice: “Las palomas eran muy apreciadas por Akber Khan, en la India,
el año 1600: nunca se llevaban de la corte menos de 20.000 palomas.”
“Los monarcas de Irán y de Turán le enviaron ejemplares rarísimos” y,
continúa el historiador de la corte: “Su Majestad, cruzando las castas,
método que nunca se había practicado antes, las ha perfeccionado
asombrosamente.” Como puede verse, esta traducción dio lugar a una
interpretación completamente ridícula respecto a la identidad y situación de
esas palomas domésticas. No está relacionado dicho error al hecho de que el
referido Señor (Khan) les regalara a sus favoritos ejemplares increíbles o que
los monarcas de Irán o Turán le obsequiaran a éste especímenes inauditos. Eso
no modifica para nada el indudable afecto que el gobernante indio sentía hacia
las palomas domésticas en general, ampliamente reconocido. El problema es que
los escritores colombófilos extrajeron de esto que Akber Khan, el monarca en
cuestión, cuando salía de viaje, llevaba con él ¡no menos de veinte
mil palomas mensajeras! ¡Un verdadero disparate! Lo que decía Darwin
realmente era que el citado monarca sentía tal afecto por las distintas razas
de palomas domésticas, y por las inverosímiles más que nada, que nunca había en
su corte menos de veinte mil de ellas. Ahora bien: sin advertir el error que
estaba cometiendo al considerar mensajeras a palomas que, como pudo verse, eran
simplemente domésticas, Castelló (y este sí que es un yerro exclusivamente
suyo) haciendo referencia a lo dicho por Lepsius respecto a las palomas de la
quinta dinastía egipcia, añade: “... y lo afianzó el hallazgo de
los hipogeos de Medinet-Abou, conservados en Londres, donde se representa una
suelta de palomas mensajeras practicada con motivo del advenimiento de Ramsés
III y destinada a comunicar la fausta nueva a las principales ciudades del
imperio.” El autor barcelonés hace mención aquí a unos pergaminos que
fueron hallados soterrados (de ahí el uso de la locución hipogeos) en el
más meridional del grupo de ruinas que jalonan la antigua necrópolis egipcia de
Tebas (ciudad que fue en su tiempo la capital del alto Egipto), y que tuvo por
origen las capillas funerarias del faraón de la XVIII dinastía, Tutmosis III
(1479-1425 a. C.) y del citado Ramsés III (el segundo faraón de la dinastía XX
y el último soberano importante del Imperio Nuevo de Egipto, que gobernó desde
cerca de 1184 hasta 1153 a. C) y que cubre el emplazamiento de la
villa de Ait-Zamouit. El sábado que viene veremos de qué se trata todo esto.
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