domingo, 4 de octubre de 2015

Desde nuestro personal punto de vista, el conocimiento de la historia de las palomas mensajeras o, para circunscribir mejor este tema, del servicio de correos prestados por palomas, sólo tiene un valor anecdótico para los criadores de la de carrera, creada en Bélgica en los alrededores de 1850, a menos que se centre el interés en ellas para determinar cuáles fueron las que participaron en la creación de dicha raza. De todas maneras, en el estado actual de nuestra formación colombicultural, es absolutamente necesario que la conozcamos íntimamente, porque si no, nunca vamos a poder caer en la cuenta de que sus historias son diferentes y de que solamente se tocan en ese preciso lugar. El objeto de nuestro paseo turístico por la historia de las telecomunicaciones tiene que ver, pues, con la necesidad que tenemos de descubrir cuándo fue que las aves en general y las palomas en particular entraron a formar parte de los recursos comunicacionales, cuáles fueron ellas, de qué manera se usaron y hasta cuándo, porque aunque tal vez no haría falta decirlo habida cuenta de su obviedad, al igual que los que las antecedieron, acompañaron y sucedieron, ellas también fueron desechadas a su debido tiempo. Continuando con la irrupción en la citada historia de los mensajeros ecuestres,  los especialistas en estas cuestiones señalan que cuatro mil años antes de nuestra era ya se utilizaban en China y que se los denominaba "Ching Pao". Pero al revés de lo que aconteció en otros lugares del mundo, éstos se dedicaron al principio a transportar mensajes privados y sólo mucho tiempo después de eso comenzaron a llevar las comunicaciones oficiales. Como sabemos, China alcanzó un grado de homogeneidad cultural y social varios miles de años antes del nacimiento de las culturas occidentales. Su civilización floreció en el octavo milenio antes de Cristo, aunque debemos aclarar que sólo un milenio más tarde se iniciaría allí la domesticación de los distintos animales, en la que el caballo tuvo una participación tardía. Recordemos que Confucio hacía referencia a la existencia de este medio en el siglo quinto antes de Cristo. El sistema de relevos a través de postas parece haber sido inventado por los persas. Heródoto, en su Historia de las Guerras Médicas (ocurridas entre 499 y 449 a. C.), hace referencia a este servicio en diversas oportunidades. “Jerjes —señala en una de ellas-- ocupa Atenas, donde sólo la Acrópolis resiste por un tiempo: Una vez dueño absoluto de Atenas, despachó a Susa a un emisario a caballo para que notificara  a Artábano su éxito de entonces.”  La vía más directa para enviar ese mensaje consistió en hacerle cruzar al mensajero el mar Egeo en una embarcación y emprender luego el extenuante viaje por tierra a la altura de Éfeso, una población fundada por los griegos en 1087 antes de Cristo, la que estaba emplazada en la península de Anatolia, junto a la desembocadura del río Caístrio.  Luego, a través de las referidas postas, el mensaje seguía transitando el larguísimo trazado del camino real, atravesando sucesivamente Lidia, Frigia, Capadocia, Armenia, Asiria, las porciones colindantes de los territorios de Media y Mesopotamia y trasponer además la mitad de Susiana, en cuya parte central se hallaba ubicada la residencia de los reyes aqueménidas. En ocasiones, enviar un mensaje, imposible de anular en  tiempo y forma una vez que había sido enviado, haciendo referencia a acaecimientos aún no registrados, daba paso, según veremos seguidamente, a grandes decepciones. Rememoremos el incidente de Mardonio. Cuando el mensaje de la todavía no alcanzada victoria suya llegó a Susa, la alegría de los residentes fue tan grande que  empezaron a cubrir las calles con ramas de mirto, quemaron sustancias aromáticas y se entregaron a los consabidos festejos y diversiones. Pero—dice Heródoto-- la llegada del segundo mensaje, anunciando la derrota, los sumió en una consternación tan grande que comenzaron a desgarrarse las vestiduras y prorrumpieron en interminables gritos y lamentos, culpando a Mardonio del inesperado contraste. En su “Excurso sobre el sistema de correos empleado en Persia” dice el citado historiador, comentando la asombrosa eficacia de este servicio: “A la vez que tomaba esas medidas, Jerjes despachó a Persia un emisario para que informara a sus súbditos de su revés de entonces. Y por cierto que no hay mortal alguno que llegue a su destino antes que esos mensajeros; tan eficaz es el procedimiento que han ideado los persas. Con arreglo –dicen – a las jornadas de que conste la totalidad del recorrido, hay dispuestos, a intervalos regulares, igual número de caballos y de hombres, a razón de un caballo y un hombre por cada jornada de camino; y ni la nieve, ni la lluvia, ni el calor, ni la noche les impide cubrir a toda velocidad el trayecto que a cada uno le corresponde. Una vez finalizado su recorrido, el primer correo entrega al segundo los mensajes que haya recibido, el segundo al tercero, y, de correo en correo, se va repitiendo la operación hasta completar el trayecto, igual que ocurre en Grecia con la carrera de antorchas, que se celebra en honor de Hefesto. A este sistema de postas (y esto lo agregamos nosotros) los persas lo denominaban angarèion. Algunos autores calculan que este término fue tomado prestado a los babilonios y que tal vez se lo pueda relacionar con el persa agariya, que significa apropiado. Otro historiador griego, Jenofonte (h. 430- h.355 a. C), hace mención también a la existencia y arreglo de este sistema de correos en su Ciropedia. Dice al respecto conforme a una traducción flagrantemente española y de vieja data: “Y también sabemos otra invención que halló él primero de todos para la grandeza de su imperio, por la cual sabía de presto lo que se hacía muy lejos, y era de esta manera: considerando cuánto camino podía hacer un caballo corriendo en un día cuanto pudiese, mandó a hacer hostelerías distantes otro tanto espacio la una de la otra, y mandó poner en ella caballos, y quien los curase; y ordenó un hombre en cada una, que fuese idóneo y suficiente para tomar las cartas que llevase y las diese, y recibiese los caballos y hombres cansados, y enviase otros holgados. Algunas veces ni aun bastaban las noches para el camino, sino que en pos del mensajero o correo del día, sucedía otro luego de noche, y haciéndose de esta manera, dicen algunos, que caminaban muy más presto el camino que le pudieran pasar las grullas volando. Si esto es mentira o verdad, no lo sé; a lo menos es cierto que de todas las maneras de caminar por tierra ésta es la más presta, y para saber más ante lo bueno o lo malo que hay en todas partes, y proveerlo o remediarlo.” Montaigne (1533-1592), en sus Ensayos, se refiere asimismo a este servicio indicando: “Ciro, a fin de recibir más fácilmente noticias de todos los lugares de su extenso Imperio, calculaba qué distancias podía recorrer un caballo de una tirada, y establecía relevos, merced a lo cual, según algunos autores, se obtenían en conjunto celeridades comparables al vuelo de las grullas.” En cuanto a las limitaciones propias de este servicio, diremos que un caballo lanzado a la carrera puede alcanzar una velocidad de 65 Km por hora (aunque algunos dicen que un poco menos, 60 por ejemplo), pero no durante mucho tiempo. Para nuestra sorpresa, porque no nos imaginamos a un mismo jinete viajando durante todo el día ni a esa velocidad, Heródoto comenta que desde las orillas del mar Egeo a Susa existían ciento cinco casas de postas, a un día de camino la una de la otra, y que un noble de primera clase era el director de cada establecimiento. Señala además que el mismo Darío había cubierto ese cargo antes de convertirse en rey. Sea como fuere, lo cierto es que la construcción del camino real permitió que los mensajeros ecuestres pudieran cubrir la totalidad del trayecto (2.699 Km) en sólo siete días. Se comenta incluso que la implementación del sistema de postas, que --recalcamos-- surgió durante el reinado de Darío I (550-485), obedeció a la necesidad que tenía éste de evitar que sus gobernantes provinciales se pasasen de listos en cuanto a fabricar excusas para no hacerle llegar puntualmente el tributo que les correspondía aportar, el que era proporcional a la riqueza de cada región. Si bien el uso de este recurso comunicacional le aseguraba el control absoluto de sus satrapías, en algunos casos no bastaba para satisfacer otras urgencias, de modo que desarrolló también las comunicaciones marítimas, terminando la obra iniciada por Necao II, un faraón de la dinastía XXVI que gobernó en el antiguo Egipto de 610 a 595 a. C., dando lugar a la apertura de un canal entre el brazo oriental del Nilo y el Mar Rojo, el que, ensanchado convenientemente, hizo posible que dos trirremes pudieran navegar en paralelo por sus aguas. Pero al revés del chino, el prodigioso sistema de correos persa no estaba al servicio del público. El único que se aprovechaba de sus excelentes frutos era el gobierno.

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