Desde nuestro personal punto de vista, el
conocimiento de la historia de las palomas mensajeras o, para circunscribir
mejor este tema, del servicio de correos prestados por palomas, sólo tiene un
valor anecdótico para los criadores de la de carrera, creada en Bélgica en los
alrededores de 1850, a menos que se centre el interés en ellas para determinar
cuáles fueron las que participaron en la creación de dicha raza. De todas
maneras, en el estado actual de nuestra formación colombicultural, es
absolutamente necesario que la conozcamos íntimamente, porque si no, nunca
vamos a poder caer en la cuenta de que sus historias son diferentes y de que
solamente se tocan en ese preciso lugar. El objeto de nuestro paseo turístico
por la historia de las telecomunicaciones tiene que ver, pues, con la necesidad
que tenemos de descubrir cuándo fue que las aves en general y las palomas en
particular entraron a formar parte de los recursos comunicacionales, cuáles
fueron ellas, de qué manera se usaron y hasta cuándo, porque aunque tal vez no
haría falta decirlo habida cuenta de su obviedad, al igual que los que las
antecedieron, acompañaron y sucedieron, ellas también fueron desechadas a su
debido tiempo. Continuando con la irrupción en la citada historia de los
mensajeros ecuestres, los especialistas en estas cuestiones señalan
que cuatro mil años antes de nuestra era ya se utilizaban en China y que se los denominaba
"Ching Pao". Pero al revés de lo que aconteció en otros lugares del
mundo, éstos se dedicaron al principio a transportar mensajes privados y sólo
mucho tiempo después de eso comenzaron a llevar las comunicaciones oficiales.
Como sabemos, China alcanzó un grado de homogeneidad cultural y social varios
miles de años antes del nacimiento de las culturas occidentales. Su
civilización floreció en el octavo milenio antes de Cristo, aunque debemos
aclarar que sólo un milenio más tarde se iniciaría allí la domesticación de los
distintos animales, en la que el caballo tuvo una participación tardía. Recordemos que
Confucio hacía referencia a la existencia de este medio en el siglo quinto
antes de Cristo. El sistema de relevos a través de postas parece haber sido
inventado por los persas. Heródoto, en su Historia de las Guerras Médicas
(ocurridas entre 499 y 449 a. C.), hace referencia a este servicio en diversas
oportunidades. “Jerjes —señala en una de ellas-- ocupa Atenas, donde
sólo la Acrópolis resiste por un tiempo: Una vez dueño absoluto de
Atenas, despachó a Susa a un emisario a caballo para que notificara a
Artábano su éxito de entonces.” La vía más directa para enviar ese
mensaje consistió en hacerle cruzar al mensajero el mar Egeo en una embarcación
y emprender luego el extenuante viaje por tierra a la altura de Éfeso, una
población fundada por los griegos en 1087 antes de Cristo, la que estaba
emplazada en la península de Anatolia, junto a la desembocadura del río
Caístrio. Luego, a través de las referidas postas, el mensaje seguía
transitando el larguísimo trazado del camino real, atravesando sucesivamente Lidia,
Frigia, Capadocia, Armenia, Asiria, las porciones colindantes de los
territorios de Media y Mesopotamia y trasponer además la mitad de Susiana, en
cuya parte central se hallaba ubicada la residencia de los reyes aqueménidas.
En ocasiones, enviar un mensaje, imposible de anular en tiempo y forma
una vez que había sido enviado, haciendo referencia a acaecimientos aún no
registrados, daba paso, según veremos seguidamente, a grandes decepciones.
Rememoremos el incidente de Mardonio. Cuando el mensaje de la todavía no
alcanzada victoria suya llegó a Susa, la alegría de los residentes fue tan
grande que empezaron a cubrir las calles con ramas de mirto, quemaron
sustancias aromáticas y se entregaron a los consabidos festejos y diversiones. Pero—dice
Heródoto-- la llegada del segundo mensaje, anunciando la derrota, los sumió
en una consternación tan grande que comenzaron a desgarrarse las vestiduras y
prorrumpieron en interminables gritos y lamentos, culpando a Mardonio del
inesperado contraste. En su “Excurso sobre el sistema de correos
empleado en Persia” dice el citado historiador, comentando la asombrosa
eficacia de este servicio: “A la vez que tomaba esas medidas, Jerjes
despachó a Persia un emisario para que informara a sus súbditos de su revés de
entonces. Y por cierto que no hay mortal alguno que llegue a su destino antes
que esos mensajeros; tan eficaz es el procedimiento que han ideado los persas.
Con arreglo –dicen – a las jornadas de que conste la totalidad del recorrido,
hay dispuestos, a intervalos regulares, igual número de caballos y de hombres,
a razón de un caballo y un hombre por cada jornada de camino; y ni la nieve, ni
la lluvia, ni el calor, ni la noche les impide cubrir a toda velocidad el
trayecto que a cada uno le corresponde. Una vez finalizado su recorrido, el
primer correo entrega al segundo los mensajes que haya recibido, el segundo al
tercero, y, de correo en correo, se va repitiendo la operación hasta completar
el trayecto, igual que ocurre en Grecia con la carrera de antorchas, que se celebra
en honor de Hefesto. A este sistema de postas (y esto lo agregamos
nosotros) los persas lo denominaban angarèion. Algunos autores calculan
que este término fue tomado prestado a los babilonios y que tal vez se lo pueda
relacionar con el persa agariya, que significa apropiado. Otro
historiador griego, Jenofonte (h. 430- h.355 a. C), hace mención también a la
existencia y arreglo de este sistema de correos en su Ciropedia. Dice
al respecto conforme a una traducción flagrantemente española y de vieja data:
“Y también sabemos otra invención que halló él primero de todos para la
grandeza de su imperio, por la cual sabía de presto lo que se hacía muy lejos,
y era de esta manera: considerando cuánto camino podía hacer un caballo
corriendo en un día cuanto pudiese, mandó a hacer hostelerías distantes otro
tanto espacio la una de la otra, y mandó poner en ella caballos, y quien los
curase; y ordenó un hombre en cada una, que fuese idóneo y suficiente para
tomar las cartas que llevase y las diese, y recibiese los caballos y hombres
cansados, y enviase otros holgados. Algunas veces ni aun bastaban las noches
para el camino, sino que en pos del mensajero o correo del día, sucedía otro
luego de noche, y haciéndose de esta manera, dicen algunos, que caminaban muy
más presto el camino que le pudieran pasar las grullas volando. Si esto es
mentira o verdad, no lo sé; a lo menos es cierto que de todas las maneras de
caminar por tierra ésta es la más presta, y para saber más ante lo bueno o lo
malo que hay en todas partes, y proveerlo o remediarlo.” Montaigne
(1533-1592), en sus Ensayos, se refiere asimismo a este servicio
indicando: “Ciro, a fin de recibir más fácilmente noticias de todos los
lugares de su extenso Imperio, calculaba qué distancias podía recorrer un
caballo de una tirada, y establecía relevos, merced a lo cual, según algunos
autores, se obtenían en conjunto celeridades comparables al vuelo de las
grullas.” En cuanto a las limitaciones propias de este servicio, diremos
que un caballo lanzado a la carrera puede alcanzar una velocidad de 65 Km por
hora (aunque algunos dicen que un poco menos, 60 por ejemplo), pero no durante
mucho tiempo. Para nuestra sorpresa, porque no nos imaginamos a un mismo jinete
viajando durante todo el día ni a esa velocidad, Heródoto comenta que
desde las orillas del mar Egeo a Susa existían ciento cinco casas de postas, a
un día de camino la una de la otra, y que un noble de primera clase era el
director de cada establecimiento. Señala además que el mismo Darío había
cubierto ese cargo antes de convertirse en rey. Sea como fuere, lo cierto es que la construcción
del camino real permitió que los mensajeros ecuestres pudieran cubrir la totalidad del
trayecto (2.699 Km) en sólo siete días. Se comenta incluso que la implementación del
sistema de postas, que --recalcamos-- surgió durante el reinado de Darío I (550-485),
obedeció a la necesidad que tenía éste de evitar que sus gobernantes
provinciales se pasasen de listos en cuanto a fabricar excusas para no hacerle
llegar puntualmente el tributo que les correspondía aportar, el que era
proporcional a la riqueza de cada región. Si bien el uso de este recurso comunicacional le aseguraba el control
absoluto de sus satrapías, en algunos casos no bastaba para satisfacer otras
urgencias, de modo que desarrolló también las comunicaciones marítimas, terminando la obra
iniciada por Necao II, un faraón de la dinastía XXVI que gobernó en el
antiguo Egipto de 610 a 595 a. C., dando lugar a la
apertura de un canal entre el brazo oriental del Nilo y el Mar Rojo, el que,
ensanchado convenientemente, hizo posible que dos trirremes pudieran navegar en
paralelo por sus aguas. Pero al revés del chino, el prodigioso sistema
de correos persa no estaba al servicio del público. El único que se aprovechaba
de sus excelentes frutos era el gobierno.
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